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Si quieres que te escuchen, deja los gráficos y empieza a contar algo que importe.

Te voy a contar algo. Algo que hacía en mis reuniones y tuve que cambiar de forma urgente.

Hasta hace bien poquito, tenía como costumbre hacer una reunión con mi equipo cada 3 o 4 meses para actualizar objetivos, rumbo a seguir y contar nuevas directrices o pautas.

Hoy llevo bastantes reuniones de ese estilo sobre mi espalda, pero te voy a contar qué ocurrió en la primera que hice.

Mi primera reunión como director de una instalación. Con 24 años y un bicho que factura más de un millón al año.

Había preparado todo: los números, los gráficos, las estadísticas. Todo impecable. 

O eso pensaba.

Empecé mi presentación y, a los tres minutos, supe que la había cagado. 

¿Cómo lo supe? 

Porque los ojos de la gente empezaron a parecer persianas bajadas. Ya sabes, esa mirada fija que parece atención, pero en realidad es su cerebro pensando en la lista de la compra o en el capítulo de la serie que dejaron a medias.

Entonces, me di cuenta de lo que estaba haciendo mal: estaba hablando de datos. 

Fríos.

Racionales.

Bien estructurados.

Y tremendamente aburridos para la mayoría de las personas. 

Así que decidí cambiar de estrategia. 

Dejé de prestar tanta atención al maldito PowerPoint y comencé a hilar cada tema con alguna historia o anécdota que les mantuviera atentos. Frescos y enchufados.

Si hablábamos de prestar más atención a los protocolos de bienvenida en las clases colectivas, me aseguraba de poner alguna anécdota con la típica señora que llega tarde o hace lo que quiere con las normas. 

De repente, las persianas subieron. Los ojos brillaron. La gente empezó a escuchar.

Ahí lo entendí: los datos convencen, pero las historias conectan. Todos conocían a esa maldita señora y empezaron a vincular emocionalmente las decisiones y los datos con lo que estaba pasando en el día a día.

Y es que, las historias, son el lenguaje universal. Da igual si estás negociando con un cliente, motivando a tu equipo o explicándole algo a un amigo. Cuando cuentas una historia, haces que dejen de pensar y empiecen a imaginar. 

Y cuando imaginas, sientes. 

Y cuando sientes, recuerdas.

¿Quieres saber cómo contar una buena historia? 

Te lo voy a poner fácil. Solo necesitas tres cosas:

Primero, mantenla simple. Toda buena historia tiene principio, conflicto y resolución. Nada de enredarte en detalles inútiles. El conflicto es lo que engancha, la resolución es lo que deja claro tu punto.

Segundo, conecta la historia con lo que quieres transmitir. Nada de batallitas que no vienen a cuento. Si lo que cuentas no refuerza tu mensaje, estás perdiendo el tiempo (y haciendo que el otro también lo pierda).

Y tercero, termina con un mensaje claro. La historia tiene que dejar algo en quien la escucha, algo que puedan usar o que les haga pensar. No los dejes preguntándose: “¿Y a mí qué me importa esto?”

Cuando aprendes a contar historias, tu mensaje pasa de ser algo que la gente oye a algo que la gente recuerda. Y, en un mundo lleno de ruido, ser recordado no es solo una ventaja, es tu mejor arma.

Puedes usar la teoría que te he condensado o, simplemente, volver a leer el mail y ver cómo he usado la historia para transmitirte lo que te quería contar.

Nos vemos en la próxima reflexión. 

O no. 

P.D.: Si tienes una historia que haya cambiado tu forma de comunicar, respóndeme este correo. Quiero leerla. Siempre hay una historia que merece ser contada.
P.D.2: reenvíale el mail a ese amigo que necesita un refresh a la hora de contar las cosas.
P.D.3: si tú eres el amigo que ha recibido el correo, pasa por aquí para recibir más.