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Ser el “colega” puede costarte el respeto

Ayer te contaba que no hace falta que grites para ganarte el respeto de tu equipo. 

Hoy voy a ir por el otro extremo: 

No te conviertas en su colegón. 

A lo largo de mi trayectoria profesional, he tenido la gran suerte de tomar las riendas de equipos desde muy joven y, al mismo tiempo, ellos las tomaban de sus respectivos equipos. 

 Puedo afirmar sin ningún tipo de duda que este error era mucho más común que el de estar gritando como un becerro y, a la larga, es igual de perjudicial para ti y para tu equipo.

Con un cargo de responsabilidad adquirido no hace mucho, es muy probable que optes por la estrategia de ser enrollado. De convertirte en el amigo de tu equipo y transmitir una cultura de buenrrollismo.

Cuidado. 

Llega el día en el que te tienes que poner el traje de jefe y llegan los problemas. 

Cuando todo va bien, el clima laboral es excepcional y el trabajo se convierte en un sitio muy agradable. 

Eso es innegable. 

Pero en cuanto te toca cambiar el rol… adiós a la camaradería. 

De repente, todo desaparece y, lo bien que te has portado durante todo el tiempo anterior puede desaparecer. 

El truco está en saber equilibrar cercanía y autoridad. 

No se trata de volverse un robot sin emociones ni de arrasar con la armonía del equipo. Se trata de ser accesible (sí, escúchales, empatiza, vete de cervezas si quieres) pero sin perder el norte de quién dirige el barco. 

El equipo necesita ver en ti a la persona con la que pueden hablar de todo, pero que también les recuerda las reglas del juego.

No buscan en ti un amigo, buscan en ti un buen jefe.
Amigos ya tienen, te lo aseguro.

¿Quieres que te diga qué puntos son importantes según mi experiencia?

  1. Sé claro en tus límites: Desde el principio, explica que sois compañeros de equipo y que la confianza es fundamental, pero que hay objetivos que cumplir y protocolos que respetar. Un “colega” que te advierte de las consecuencias de no hacer las cosas bien es más respetado que uno que siempre hace la vista gorda.

  2. Fomenta el diálogo, no la anarquía: Si alguien mete la pata, no lo excuses en plan “no pasa nada, tronco”. Saca el tema, habláis de la cagada y, si hace falta, ponéis medidas correctivas. Un error no es el fin del mundo, pero tampoco debe ser un festival sin consecuencias.

  3. Mantén tu criterio: Cuando todo el mundo sugiere ideas contradictorias, y tú quieres contentar a todos, corres el riesgo de no mojarte nunca. A veces hay que tomar una decisión impopular. Hazlo con educación y argumentos; la gente valora más la firmeza coherente que la duda eterna por miedo a desagradar.

  4. Da ejemplo sin sobreactuar: Ni te machaques por caer de pie con todos, ni te aísles como “el jefe distante”. Participa en la vida del equipo con naturalidad, pero mantén la mesura. Si siempre te pones al mismo nivel que el resto, cuando toque ejercer tu rol de líder, te costará que te tomen en serio.

Al final, se trata de construir un ambiente de trabajo donde tus compañeros sepan que pueden contar contigo, que hay confianza… pero que no vas a sacrificar los objetivos ni la profesionalidad por querer ser su mejor amigo a todas horas. 

Un líder no es un sargento, pero tampoco un colega de fiestas que deja todo manga por hombro. 

Encuentra ese punto medio y verás cómo el equipo te sigue, no porque seas el “tío enrollado” de turno, sino porque has ganado su respeto.

Nos vemos en la próxima reflexión. 

O no. 

P.D. si te estás viendo reflejado en alguno de los correos que envío y no sabes cómo iniciar el cambio, contéstame al mail.