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Reflexiones de un hombre libre. Día 6.
Un vino por las despedidas
Las despedidas son una acción social la mar de curiosa.
No tengo la certeza absoluta ni, tampoco, me he preocupado de buscarlo antes de escribir esto. Pero me atrevería a asegurar que somos la única especia que se despide.
Tal vez los chimpancés. Dándose abrazotes muy monos ellos.
Mientras que todos los seres sociales se saludan cuando se reencuentran (ninguno con tanta gracia como un perro que mueve el culete), ninguno de ellos es consciente de que, cuando uno marcha, tal vez no vuelva.
¿Es por ese motivo por el cual nosotros comenzamos a despedirnos?
Me transporto a la época primitiva, donde todavía aprendíamos que afilando un palo cazábamos bichos más grandes, y me imagino las despedidas entre los cazadores y las mujeres que cuidaban del grupo.
De nuevo, vuelvo a opinar sin tener ni puta idea, pero es posible que el origen de las despedidas haya surgido tras comprender que, algunos, no vuelven.
Eso sí que eran despedidas. Como la de un soldado que se va a la guerra y espera volver a reencontrarse con su familia años después y seguir su vida como si nada.
Mientras tanto, hoy nos despedimos diariamente con un índice de riesgo muy bajo. Siempre puede pasar algo, pero lo más seguro es que vuelvas a tu casa sano y salvo.
Te despides de tu pareja al irte de casa, te despides de una persona al salir del ascensor, te despides de tus compañeros que se van del trabajo y te despides de la cajera del supermercado que te ha calzado 150€ de compra que entran en dos bolsas.
Nos pasamos la vida despidiéndonos por educación.
Hasta que, por fin, llega alguna despedida con salsa barbacoa. Una despedida que, sí o sí, tiene tintes de amargura.
Podríamos hablar de dos tipos de despedida: la despedida con certeza de adiós y la despedida con la incertidumbre del futuro.
Hoy, como esto es una reflexión de domingo y no un artículo del Washington Post, me voy a centrar únicamente en la segunda. En la despedida de: “Nos vemos pronto”
Durante esta semana, en la que he dejado el trabajo, me he despedido de muchísima gente que, realmente, no sé si voy a volver a ver. Y esto no deja de tener un regusto amargo.
No sé qué va a deparar el futuro, ni las personas que quedarán en mi vida después de el cambio que he hecho, pero quiero aprovechar este pequeño espacio personal para darles las gracias.
Cada persona que ha pasado por mi vida ha sido un pequeño maestro en algo, del que he sido más o menos avispado de aprender, pero que algo de huella ha dejado en mi. La vida me mantendrá el contacto con unos, me lo quitará con otros y me lo devolverá con unos terceros, pero el Adrián de hoy ha sido construido con su ayuda.
Gracias.
Aún así, y sabiendo que esto lo voy a publicar un lunes, voy a tirar de biblioteca y te voy a traer una de mis mejores lecciones aprendidas de 2024.
Antes de contártela, tengo que ponerte en contexto.
Tal vez has caminado un poco por el mundo del desarrollo personal o, tal vez, están sirviendo mis escritos para que sean tus primeros pasos. Da igual que seas de un bando u otro, una de las lecciones que nos tenemos que grabar a fuego es: aprender a agradecer lo que nos da la vida.
Ya entraremos en otro momento en el detalle, pero está más que estudiado que, donde pongas el foco, pones tu mundo. Si estás centrado en lo malo, en las desgracias o en las quejas, vas a vivir en la ruina. En cambio, si pones tu foco en las cosas buenas que tienes alrededor, tu perspectiva cambia y, de una manera bastante absurda, vives más en paz.
Pues aterrizando este concepto al siglo XXI, a personas que no han encontrado su rincón de meditación o su diario de agradecimiento, les traigo a Cristina del Castillo con la solución.
En su libro “Papá, ya sé escribir”, saca a relucir una conversación con una ancianita entrañable. Tras verle bailar con su marido, hipnotizada por el matrimonio perfecto, le preguntó cuál era su secreto.
Solamente te voy a decir uno: “Tener siempre una buena botella de vino -abierta, eso sí- en casa al alcance".
¿La razón?
“Porque tendemos a pensar que el buen vino debe estar reservado para las ocasiones más especiales y —oh, darling— qué difícil es diferenciar una ocasión especial de una ordinaria. A veces creerás que estás ante una ordinaria y con el tiempo descubrirás que en realidad era de las irrepetibles. Cuando te hayas equivocado varias veces, te acabarás dando cuenta de que siempre es mejor pensar que estás ante una eventualidad que una cotidianeidad. Si al final era una ocasión ordinaria, al menos te habrás bebido una buna copa de vino”.
Esto, para mí, es una táctica bastante buena para dar valor a un montón de cosas que tal vez haya pasado por alto. Además, me pincho una copita de vino.
Así pues, para concluir, te invito a que hoy te des el capricho de tomarte una copita de vino por la noche, agradeciendo y brindando por todo lo bueno que te haya pasado hoy, aún siendo lunes.
Yo, brindaré por todas las despedidas que he hecho, sin saber de qué tipo son. Brindaré a la salud de todos los que han pasado y de los buenos momentos que hemos vivido.
Nos vemos en la próxima reflexión.
O no.
P.D: También voy a brindar por ti, que te vas a suscribir tras la lectura de hoy.
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P.D.3: no nos gustan los hotmail.