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Reflexiones de un hombre libre. Día 3
Siesta conflictiva
¿Cuántas veces has maldecido tu horario de trabajo?
¿Cuántas veces has deseado tener más tiempo para ti o para los tuyos?
Es curioso ver cómo, hasta de las cosas que a uno no le gustaban, le acaba entrando morriña.
Ayer, el mismo día que desglosé aquí las fases de la zona de confort y saqué a relucir la quema de naves, acabé echando de menos un horario estipulado.
Yo qué sé, chico. Ya te dije que escribiría lo que me pasara aunque luego me arrepintiese.
Las jornadas de trabajo que tenía eran, básicamente, de todo el día. Tenía flexibilidad horaria para entrar y salir (que disfrutaba sin lugar a dudas) y los mediodías libres, donde aprovechaba para entrenar y para comer. Se puede decir que vivía relajado en cuanto a exigencia horaria.
Por contra, salía de casa temprano y llegaba bastante tarde, echando todas las horas en mi instalación o sus alrededores.
Esto, y aquí cada persona tendrá sus propios horarios y peculiaridades, te obliga a estructurar al máximo tu día para poder sacarle partido. Levantarse antes para leer, entrenar a mediodía o aprovechar las noches para estudiar o actividades de ocio es lo que uno más o menos acaba haciendo.
Siempre encajando algún partidito de pádel al mínimo hueco de agenda.
Ayer, sin embargo, (en esta nueva vida que llevo de bohemio) me levanté de una siesta improvisada a las cinco de la tarde. Me dormí porque me entró el sueño mientras leía Ruido, un fallo en el juicio humano, de Kahneman y otros, después de comer. Porque me entró sueño y porque podía, no nos vamos a engañar.
Es un ensayo científico sobre el ruido que tenemos las personas a la hora de determinar juicios. Es interesante pero es densito. No recomendable de leer en hora de siesta.
Los problemas vienen al despertar.
Pondré como antecedente que nunca he sido hombre al que le queme la cama. Soy ese maravilloso indeseable que pospone más veces de las que debería el despertador y que ha preferido suspender algún que otro examen por no cumplir la promesa de levantarse a estudiar.
Los problemas vienen al despertar porque no tengo nada que me obligue. Cualquier razonamiento de pacotilla me puede valer para extender el sueño otra horita más. Cualquier bostezo medio segundo más largo del debido y acurrucarse para el lado contrario se vuelve obligatorio.
Hasta que se me ha cruzado el cable que estoy escribiendo hoy.
Es demasiado común cumplir a rajatabla las condiciones u horarios que nos estipulan terceros y, en cambio, caer en contradicciones o procrastinaciones cuando son impuestos por uno mismo. ¿Es ese el orden que debería ser?