La lección de Tardebuena

Ya te comenté que tenía como tradición pasar la Tardebuena con los amigos tomando algo.

Y te dije que iba a traer algo después del evento… Así que te traigo un consejo que vale oro.

Primero, te pongo en contexto. El plan es el siguiente:

Quedamos en el barrio de toda la vida, donde coincidimos con otros 200 ó 300 más.

Y pasas el rato entre anécdotas y saludos a viejas glorias. 

Y cervecitas. 

El caso es que, en estas fechas, es inevitable hablar con personas que hace mucho que no ves. Y, como corresponde el protocolo (y el cotilleo), es menester ponerse al día. 

Como todavía quedan un par de fechas señaladas para que esto ocurra, voy a lanzar el consejo. 

Voy, eh. 

Es muy probable que, en el momento en el que le estás contando tu resumen anual a la otra persona, te haga alguna mueca involuntaria o te dé su opinión sobre algo.

Opinión que, por supuesto, no le has pedido.

Bien, si percibes que te está intentando aleccionar, aconsejar, o algo parecido, tienes que hacer la siguiente reflexión:

¿Está esta persona en un lugar en la vida donde yo quiero estar?

En el lugar que sea, donde te gustaría estar a ti: con una familia feliz, en una posición económica cómoda, planeando hacer la vuelta al mundo… 

Da igual. 

Piénsalo y, si no está en esa posición, si no ha pasado por el camino que quieres transitar tú, solamente puedes mandar su consejo a un lugar:

A la mi€rda. 

Plántale la mejor de tus sonrisas, le dices que sí, y te olvidas de él y de sus palabras hasta el año siguiente. 

Saluda y sonríe, dicen los pingüinos más sabios de Madagascar. 

Tampoco te enfades con estas personas, pues de verdad piensan que te van a ayudar. Es responsabilidad tuya filtrar la información que te llega. 

Nos vemos en la próxima reflexión. 

O no. 

P.D: se lo puedes reenviar al primo que salió escaldado de la cena.
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