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Delegar es un arte (y tu perfeccionismo lo está matando)
Voy a darte el crédito que te mereces ahora mismo: si estás liderando un grupo de personas es porque te lo mereces… aunque eso no implique que lo sepas hacer bien.
Te cuento.
Voy a dar por hecho que eres una maldita máquina en el ámbito laboral. Que te preocupa tu trabajo y que te esfuerzas para que las cosas salgan bien.
No puede ser de otra forma.
No veo a un gandul leyéndome cada día, la verdad.
Así pues, me juego el pescuezo que más de una vez esta frase ha sonado en tu cabeza:
Mejor lo hago yo, así sale perfecto.
O…
Si no lo hago yo, no sale bien.
¿Qué me dices?
Lo primero que voy a decirte es que, si has pensado esto: tenías razón. Ninguno lo hubiera hecho mejor que tú.
Pero también te digo otra cosa:
Se debe únicamente a ti y tu perfeccionismo.
Pensamos que ser perfeccionista es una virtud, y hasta cierto punto puede serlo (nadie quiere chapuzas, claro). Pero cuando tu búsqueda de la perfección paraliza cualquier iniciativa ajena, te conviertes en el mayor enemigo de tu propia empresa.
Dejas a tu equipo sin cancha para equivocarse, aprender y aportar soluciones nuevas. Todo tiene que pasar por tus manos y, al final, tú eres el cuello de botella que retrasa los proyectos.
Pero tranquilo, hay una solución:
Delegar.
Delegar no es decir “toma y arréglatelas como puedas”. Eso es escurrir el bulto.
Delegar significa ceder responsabilidad y, a la vez, asegurarte de que la persona reciba las herramientas y el apoyo que necesita.
Esa se convierte en tu tarea de verdad: dar herramientas y apoyo para que aprendan a hacer el trabajo. Confiar y ayudar a tu equipo a lograrlo.
Si no crees que tu equipo sea capaz, ningún proceso de delegación funcionará.
Esto es importante porque, a veces, contratamos a gente con buena actitud, pero no los formamos ni los dejamos crecer. Es el círculo vicioso del “no delego porque no lo harán bien” y el “no lo hacemos bien porque no nos dejan intentarlo”.
Aunque te cueste, empieza por pequeñas tareas que no pongan en jaque la reputación de tu negocio. Dales a tus empleados una fecha razonable y explícales por qué es importante lo que están haciendo.
Deja que propongan alternativas, que se equivoquen y que aprendan de sus propios fallos. Ayúdales a corregir el rumbo cuando sea necesario, pero resiste la tentación de agarrar las riendas a la primera de cambio.
Así, tanto tú como ellos iréis cogiendo confianza, y pronto verás que, en muchas ocasiones, los resultados no solo son buenos, sino incluso mejores que los que tendrías si lo controlaras todo al detalle.
Cuando delegas con cabeza, liberas tiempo para centrarte en la visión global de la empresa, en la estrategia a largo plazo y en esas decisiones que de verdad necesitan tu atención. Mientras tanto, tu equipo va adquiriendo nuevas habilidades y motivación, algo esencial si quieres impulsar la innovación y la productividad.
Plantéate si de verdad prefieres que todo salga “perfecto” según tus estándares, a costa de retrasos y un estrés agobiante, o si prefieres soltar el control y descubrir que tu negocio puede ser más grande y más ágil sin que todo pase por ti.
El perfeccionismo está bien para pulir los últimos detalles, pero nunca debería convertirse en la cadena que te ate a cada tarea. Si de verdad quieres crecer, tienes que confiar en las personas que has elegido para que te ayuden en el camino.
Con un poco de práctica y orientación, puede que ellas mismas te sorprendan, y acabes agradeciendo no haberte quedado atrapado en hacerlo todo tú solo.
Nos vemos en la próxima reflexión.
O no.
P.D. sé de buena mano que esto es muy complicado. Si te interesa que profundicemos más en el tema, responde al mail y me cuentas.
P.D.2: como siempre, si necesitas que te eche una mano con tu equipo, dale a responder también.