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Deja de ser un caos andante si quieres liderar algo
¿Te has dado cuenta de que a veces exigimos a los demás una disciplina que ni siquiera nosotros cumplimos?
¿Cuántas veces te ha convocado tu jefe para una reunión y ha llegado tarde? ¿O ha estado distraído con otras cosas? ¿O te ha pedido apretar tuercas y se va a las 15.00 un miércoles porque tiene pádel?
Bien, ahora te pregunto lo siguiente:
¿Cuántas veces lo has hecho tú?
Cualquier persona que pretenda dirigir un equipo debería mirarse primero en el espejo y comprobar si está dirigiendo su propia vida o simplemente dejándola a la deriva.
Queremos que el equipo llegue puntual, pero nosotros somos los primeros en aparecer tarde; deseamos que los demás gestionen bien su tiempo, mientras nuestro día está plagado de distracciones.
Con esta forma de actuar, amigo, te cargas la coherencia. Creas una disociación enorme entre lo que dices y lo que la gente ve que haces.
Y cuando esa incoherencia se hace evidente, el equipo deja de creerte o te obedece solo por obligación, no por convicción.
Piensa en cuántas veces te has marcado un objetivo personal y lo has dejado a medias.
¿Cómo vas a pedirle a tu gente que mantenga el foco hasta el final si tú mismo cambias de meta cada dos por tres?
Liderar tu propia vida significa definir con claridad tus prioridades, saber decir no a lo que te aleja de tus objetivos y, sobre todo, cumplir lo que prometes, empezando por aquello que te prometes a ti mismo.
El día que tu agenda, tu actitud y tus acciones reflejen lo que dices, empezarás a proyectar un tipo de credibilidad que nadie puede comprar con gritos o charlas motivacionales vacías.
No hace falta ser un obsesivo del control ni tener un horario militar para ser coherente, pero sí tener un mínimo de constancia.
Si dices que vas a leer un informe cada semana, hazlo.
Si propones reuniones puntuales y concisas para el equipo, demuéstrales que tú llegas puntual y las haces productivas.
Esa alineación entre lo que dices y lo que haces no solo te da autoridad moral; también te evita el desgaste de sentir que vives exigiendo al resto algo que tú mismo no practicas. Cuando demuestras que te lideras con cierto criterio, tu equipo confía, porque ve a alguien que se pone a sí mismo las reglas que propone.
Y ojo, seamos sinceros también. Hay veces que tenemos picos de trabajo tan altos que, eso que te habías propuesto, pasa a una prioridad 35 y se deja de hacer.
No es relevante mientras el equipo vea que es por trabajo o por cubrir otras responsabilidades.
La próxima vez que vayas a pedirle a tu gente que se deje la piel en una tarea, pregúntate si tú te la estás dejando en lo que de verdad te importa. Si la respuesta es que vas a trompicones, quizá toque ordenar un poco tu casa antes de querer dirigir la de los demás.
Liderarte a ti mismo no es un lujo, es la base que sostiene cualquier liderazgo real.
Y una vez que pongas tu vida en orden, verás cómo la credibilidad que proyectas sube, tu equipo te sigue con más ganas y no es necesario entrar a justificar o argumentar tanto las decisiones.
Ese cambio de perspectiva marca la diferencia entre un jefe de pega y un verdadero líder.
El otro día escuché un podcast donde entrevistaban a una joven empresaria que decía algo así como:
“Cuando contrato a alguien, es necesario que me trate con respeto. No con un respeto hacia mi persona que es el obvio (hablando de la educación), sino un respeto profesional. Una admiración donde se vea reflejado que sé de lo que hablo.
Se forma una relación bidireccional donde no solamente tiene que demostrar el empleado, también tengo que demostrarle yo mis capacidades y cualidades. Tengo que ser capaz de convencerle de que este es el barco y que me tiene que seguir”.
Pues eso.
Nos vemos en la próxima reflexión.
O no.
P.D. responde al mail si quieres que veamos tu caso particular.
P.D.2: reenvíaselo a la persona que le vaya a venir bien leer esto.
P.D.3: te dejo el vídeo en la biblioteca.